3/12/08

ESTUDIO DE UNA FEMME FATAL

Se llamaba Eva también, pero no tenía la ingenuidad de mi amiga la dominatrix. Era femineidad vuelta veneno letal.
Eva Baranowski en Estocolmo, 1980

Con su rostro de rasgos eslavos –era polaca- tenía los ojos demasiado pequeños y los labios muy poco definidos para pasar por bella. Pero era alta, tenía talle, caderas y piernas esbeltas y con su pelo rojo azafrán resultaba vistosa. Sin embargo, no era eso lo que la hacía atractiva.


Al conocerla en un serpentario que visitábamos una tarde gris de domingo con nuestros respectivos hijos, lo que más me llamó la atención fue el halo de soledad y desamparo que la envolvía, o que parecía envolverla.
Enganchamos rápido porque nuestros hijos tenían la misma edad y carecían igualmente de padre. Nos hicimos muy amigas.
Déjenme explicarles que Eva tenía problemas reales.
Habiéndose casado muy joven con un ingeniero polaco que le llevaba unos cuantos años, y que la había llevado con él para Suecia, Eva se vio víctima de sus celos enfermizos –justificados o no- cuando traspasó la barrera de los 30 años para entrar al reino de la seguridad sexual femenina. Una de sus consecuencias fue el rapto del hijo por parte del padre para esconderlo en un hogar de ancianos checo durante seis meses. Hasta allí fueron las autoridades suecas para rescatarlo. La otra fue un intento de rapto por parte del marido, que la intoxicó forzadamente con alcohol, la ató y metió a un coche con la intención de sacarla por Finlandia. Eva logró escaparse, pero vivía bajo el temor constante de que él le cumpliera su amenaza de “marcarle el rostro con ácido”.
Digo todo ésto porque era ingrediente esencial de su estrategia de araña.

Para Eva, inmigrante polaca en Suecia, no era suficiente vivir bien; ella quería vivir en el lujo. Y a pesar de que se mantenía básicamente con un aporte de la seguridad social sueca, en un apartamento que le había conseguido la seguridad social sueca, vestía sedas, pieles y carísimas botas italianas compradas en NK (la tienda de más clase de Estocolmo) que, definitivamente, le daban el aura cara que necesitaba proyectar.
Cuando un hombre la invitaba a salir no se paraba en chiquitas: pedía que la llevara a comer al Opera Kaellaren, el restaurante más caro de Estocolmo por aquel entonces, y siempre ordenaba champagne, cosas ambas apropiadas al nivel de hombre que ella andaba buscando. Porque Eva quería un hombre rico para sí. Pero esa no era todo.


El restaurante Operakaellaren en Estocolmo

Yo conocí a todo tipo de hombres junto a Eva, desde el hijo de un riquísimo comerciante de pieles libanés, hasta el dueño de una gran empresa y a un fotógrafo de fama. Por increíble que parezca también vi a uno que otro llorar a sus pies por sus favores
¿Cómo le hacía? Adoptaba un estilo casi infantil al conocer al hombre que le interesaba. Cuando por fin le hablaba por teléfono casi bailaba de alegría y le confesaba de forma aparentemente ingenua qué placer le daba que la hubiera llamado. Aceptaba la primera invitación a almorzar, sonaba verdaderamente entusiasmaba, incluso arrobada con la idea, pero en cuanto colgaba podía voltearse e invitarme a mí a almorzar el mismo día, a la misma hora, en cualquier otro lugar.
En una ocasión le dio cita a un fotógrafo en un restaurante y sencillamente no se presentó. Sin embargo, dos horas más tarde envió a su mejor amiga y cómplice a que llamara por teléfono al hombre para darle un supuesto mensaje de “el-problema-tan-terrible-que le-había-impedido-acudir” y que la había obligado a correr hacia la oficina de Seguridad Social. Seguido de palabras laudatorias con respecto a lo bien que le había hecho a Eva el conocerle, que ésta había cambiado mucho y para bien, etc., etc. En fin, que encima de que lo habían dejado plantado el pobre hombre se sentía culpable por haber pensado lo peor.
Y la próxima vez, o la vez después de esa, Eva volvía a hacerle algo por el estilo.
Lo que generaba era un doble mensaje, ese doble mensaje que, aunado a las dificultades, son el germen mismo de la pasión. La dañina, la demoledora, la que lleva a la locura.
Eva los volvía locos.

Todavía recuerdo cuando conoció a un danés de mucho dinero que la invitó a cenar. Yo me quedé en su casa cuidando a su hijo ya que teníamos ese intercambio de niños entre las dos. Cuando regresó a primeras horas de la mañana cayó en la cama en una explosión de carcajadas. Extendió 3, 4 ó 5 chaquetas de cuero y me dijo que eligiera una para mí. Me enseñó el carro grande de batería que el hombre le había dado para su hijo y sacudía en el aire el brazalete de oro blanco que también le había regalado. Casi se ahogaba cuando me confesaba: “¡Y ni un besito le di!”. Pero eso no fue lo peor. Durante la cena había llamado la atención del cantante invitado, un italiano, que se apresuró a salirle al paso cuando ella iba al baño.
El italiano, dueño de una cadena de artículos de piel en su natal Italia, se convirtió en su amante. Como tal le pasaba una mensualidad, como tal la invitó a recorrer Italia durante dos meses en compañía de su hijo y de su madre, para el efecto mandada a buscar desde Polonia.
Al regresar Eva a Suecia y avisarle él al poco tiempo que la iba a visitar, le advirtió que no lo hiciera porque no le iba a recibir “ya que estaba en exámenes” (Eva decía que estudiaba medicina). El hombre viajó a Estocolmo, se cansó de llamarla por teléfono, sin obtener respuesta. Se presentó incluso a su casa, se cansó de tocar el timbre de la puerta y ella ni le abrió y ni le respondió siquiera. Yo lo sé porque yo estaba allí. Sin embargo, él siguió pasándole la mesada mensual hasta yo no sé cuándo porque luego yo me marché de Suecia y perdí todo contacto con ella.

¿Qué nos unía, siendo tan diferentes? Eva era una amiga amorosa. Si yo estaba triste, si me sentía derrotada, Eva lo solucionaba invitándome a un capuccino de una maravillosa cafetera italiana costosísima que tenía y me preparaba un bocadillo polaco que era una delicia. Me hacía acostar en el sofá de la sala, me echaba una cobija y me mimaba con un aire de complicidad como si fuéramos dos niñas pequeñas.
¿Cuántas veces no pensé lo que hubiera dado cualquiera de aquellos hombres por estar en mi lugar?
También estaba su vacío emocional. Eva podía entusiasmarse con un hombre hasta el punto de la obsesión. Sin embargo, en cuanto el hombre respondía a su afecto, en cuanto lo conquistaba y “lo tenía”, perdía todo interés. Era como un Casanova femenino, con su misma esterilidad emocional.

En esa compasión y en ese cariño nos encontramos y también, ¿por qué no decirlo?, en el interés que me despertó ese estudio de cerca de una femme fatal.



El Eterno Femenino, Paul Cezanne

1 comment:

GeNeRaCiOn AsErE said...

Vivian,
Bien puede ser que tu amiga se sintió vejada por aquel primer abusador y desde entonces juró vengarse a su propio modo. ¿Lo que no tengo claro es si ella aun vive?

Estas historias que nos cuentas, siempre vienen envueltas de esa rica calidez que tiene aquel que ha recorrido el mundo. Vivir en varios lugares... conocer diferentes personas e interactuar en varios escenarios, siempre nos hace crecer por dentro. ¡Comoo me hubiera gustado vivir en Europa durante mucho tiempo! Creo que los cubiches tal vez tenemos demasiada luz acumulada. Tal vez sea yo el que necesite a las nubes...a esa la soledad -que ahora no tengo- para poder escaparme mejor de mi mismo y de la persona social, formal,
outspoken and people oriented que se supone deba ser.
En realidad odio las corbatas.
Según mi madre, un pariente lejano suyo era de la ciudad polaca de Bielsko-Biala , la idea me gustó mas, cuando un día por casualidad descubrí, que en ese pueblo por el siglo XIV se practicaba legalmente la magia negra. No es que me guste la brujería, pero solo desde entonces no pude evitar sentir complicidad con todo aquel misterio familiar.
Creo que guardamos la historia de boca en boca simplemente porque es bonita, aunque... yo nada tenga de polaco, ni los apellidos... ni los rasgos... ni tan siquiera una clave certera en mi árbol genealógico.
Perdona tanta muela.
Un abrazo,
Tony.