4/24/08

EL PUEBLO NINGUNEADO




Es mi más antigua amiga en el mundo. Taimi. Nos conocimos por un pequeño anuncio en una gacetilla firmado por una tal Taimi Tatti, que creí era un seudónimo. Siempre pensé que si tenía una hija le pondría Taimi, pero tuve un varón.
Taimi, una amiga como pocas, la persona más condescendiente conmigo que yo conozco, incluyéndome a mí misma, es callada, reservada y hasta cierto punto diría que estoica.
En todos los años que hemos compartido sólo me ha contado esporádicamente de unos familiares que sigue teniendo en Finlandia y algunos otros más lejanos en la antigua Unión Soviética. Y, sí, claro, hace enjundiosas sopas con klimpor (unas masitas de harina) y algunos platos fuertes que no se comen en Suecia. De su sueco-finlandés sólo conserva un poco de la entonación, que sin embargo es tan patente en su hermana Maja.
Taimi comenzó a visitarme anualmente en Miami hasta que finalmente vino con Maja, mayor que ella y también menos pulida, pero más comunicativa.
Súbitamente, contándoles yo el incidente del niño Elian, Maja soltó que ella sabía exactamente cómo sentíamos los cubanos porque ella había experimentado el mismo miedo. No sabía a qué se refería. Y comenzó a contarme de Ingermanland, como le dicen los suecos, o Ingrian, como le dicen los finlandeses. Una tierra prácticamente de nadie que ameritó tanto empeño para dispersar.
Su nombre deriva de los antiguos habitantes finlandeses, los ingrios, unas 130,000 almas aposentadas en el embalse del río Neva y el lago Ladoga, en el banco oriental del golfo de Finlandia. Este territorio, que perteneciera a Suecia, pasó a formar parte de Rusia al conquistarlo Pedro I en 1702, quien fundó allí la emblemática San Petersburgo.



Mapa de Ingria


Bandera de finlandeses ingrios

Triste mérito de Ingria fue que allí dio comienzo la colectivización soviética de la agricultura en 1928, lo que llevó a que 18,000 de sus habitantes fueran deportados a Karelia Oriental, la península de Kola, Kazajtán y Asia Central. Su escuelas fueron demolidas y su cultura sometida a una demolición sistemática, esfuerzos no suficientes, al parecer, ya que otras 7,000 personas tuvieron que ser deportadas a los mismos cinco infiernos siete años después, y en 1936, otras 20,000 más a Siberia, entre otros, para ser reemplazadas por rusos, ucranianos y hasta tátaros. Sus iglesias luteranas fueron clausuradas, y sus publicaciones y programas de radio en finlandés, prohibidas.
No es de extrañar, pues, que se aliaran a los alemanes cuando éstos invadieron, sobre todo que eso le permitió a 63,000 de sus individuos restantes huir a Finlandia durante la II Guerra Mundial.
Eso no se los perdonó el padrecito Stalin, que en terminada la guerra reclamó a Finlandia el regreso de los exiliados... aunque no fuera más que para deportarlos a otros punto perdido de la ex unión Soviética.
Finlandia, derrotada, con una deuda de 300 millones de dólares con la Unión Soviétia, habiendo perdido Karelia, no tuvo más remedio que cooperar para salvaguardar su independencia y algo de su dignidad. No sólo comenzó a entregar a los exiliados, sino que dio permiso para que agentes de la Unión Soviética recorrieran personalmente las ciudades y aldeas de Finlandia para arrebatar a los fugados. La persecución se extendió incluso a hijos de ingreses nacidos en el país, y en el terror que caracterizó todo lo que desarrolló Stalin, incluso a finlandeses nacidos y criados en el país pero que tuvieran algún tipo de relación con los ingreses. Nada los detuvo.
Así secuestraron a un tío de Taimi y Maja, a quien más nunca lograron sacar de aquella enorme mazmorra que fue la Unión Soviética.
Así se llenó de tal terror la familia de Taimi y Maja, que decidió huir a Suecia con la familia escondida en el compartimiento posterior de un camión.

“Tú no te acuerdas, Taimi, porque tenías unos 5 años”, le dijo Maya, “pero yo todavía recuerdo los pasos y las conversaciones afuera cuando el camión se paró, me acuerdo del horror a ser descubiertos y regresados. Por eso puedo ponerme en los zapatos de los cubanos...”.

4/12/08

HISTORIA DE DOS PLAZAS

Me estaban terminando de maquillar cuando una de las asistentas entró corriendo en el camerino y soltó: “¡Empezaron a construir el muro!”.
Era el 13 de agosto de 1961 y yo estaba en los estudios de cine de Babelsberg, en Potsdam, en el territorio de Alemania del Este, casi en la frontera con Berlin Occidental.
No sabía yo, una actricita de 18 años que se estaba preparando para una prueba de cine, que estaba ante un momento histórico de trágicas repercusiones para el pueblo alemán.
Desde ese momento el acceso a Babelsberg desde Berlin Oriental se hizo posible tan sólo por medio de un tren que, en dos horas, circunvalaba Berlin Occidental (antes la trayectoria había tomados apenas una hora).
A partir de ahí se crearon Checkpoint Charlie, la estación de tren Friedrichstrasse, los miles de familiares -novios, esposos, hijos, padres- separados tan sólo por una cuadra, que se comunicaban a gritos de balcón a balcón, el Checkpoint Alpha, un subterráneo partido por puntos de control, las estaciones fantasmas....
Yo no me dí cuenta de nada. Mi mente estaba en una “revolución triunfante” que había arrastrado a la mayoría de los jóvenes cubanos de mi generación.

Ese mismo verano me encontré ante la Plaza Roja, en Moscú.
Apenas unos meses antes habían inflamado la imaginación de esos mismos jóvenes con sueños de justicia social, de solidaridad, de pertenencia
La pertenencia, ese tema repetitivo de los anuncios de Coca-Cola.
Con la frasecita “La tierra será el paraíso bello de la humanidad...” me encontré de repente ante la Plaza Roja y creí encontrarme ante las puertas mismas del paraíso. No sé si lloré de la emoción, pero igual podría haberlo hecho. Las momias de Stalin y Lenin, que por entonces se encontraban ambas en el Mausoleo, realmente me sobrecogieron. Y no sólo porque se veían amarillentas y como iluminadas desde el interior.




Con la actriz cubana Rita Limonta y el actor croata Zvonko Zmacek en Moscú, 1961, para el Festival Internacional de Cine de ese año


Años después viví en Berlin y trabajé un tiempo en una tienda por departamentos que se llamaba Das Zentrum Warrenhaus (creo que hoy es Galeria), en la céntrica plaza Alexander Platz. Desde sus vidrieras veía todos los días, distante, la Puerta de Brandemburgo, gloriosa con su carruaje y sus caballos, lastimosamente tapiada. Era una puerta que no llevaba a ninguna parte.



Para que nadie olvidara la guerra y para que su destrozo fuera recordatorio cotidiano, se habían dejado en pie múltiples edificios en ruinas, constancia de los bombardeos.
Alexander Platz, la plaza más importante de Berlin Oriental, era una plaza gris y lastimera, recordatorio cotidiano a los pobladores de la ciudad de que no había escapatoria. De que cualquier intento por saltar el muro podía terminar en la boca de aquellos enormes perros pastores que alguna vez vi sobre los andenes del tren a Babelsberg. Erguidos sobre sus patas traseras, eran tan altos como los altísimos guardias que los llevaban. Confrontados en desafío, aun con bozal, inspiraban terror.


Diecisiete años después regresé a la Plaza Roja. Como ciudadana sueca y con los espejismos deshechos desde hacía rato.
Como a Stalin ya lo habían tirado al basurero de la historia, la única momia que quedaba era la de Lenin, pero ya no entré a verla.
Dicen que el custodio de Lenin tiene dificultades para obtener medios para conservarla. Mejor; que se pudra de a poquito.
Fue melancólico. Como volver a ver después de muchos años a aquel amante por el que casi morimos y darnos cuenta de que no sentimos nada. O peor, no entender cómo pudimos sentir lo que sentimos en aquel entonces. Eso es veneno para el alma.


La Plaza Roja hoy



Foto personal


El amor filial y las ansias de libertad -que es hacer lo que a uno le de la gana y cuando le de la gana- pudieron más que todos los muros del mundo. El Muro de Berlín cayó en noviembre de 1989 tras la concentración de más de un millón de personas en Alexander Platz, el símbolo de la humillación, la ignominia y la represión del pueblo alemán de los territorios del Este.
La Puerta de Brandemburgo se abrió finalmente en diciembre 23.

Alexander Platz, hoy









Fotos de Dagmar Monett


Mientras trabajaba en Das Zentrum Warremhaus soñé más de una vez con que esa puerta se abriera, que se derrumbara la pared para reunir a los seres queridos separados, para darle paso a las aspiraciones de los jóvenes, para que soplaran libres los vientos del espíritu indomable de los seres humanos.
Hoy me muero por volver a verla.


Foto: Fickr.com/Hispania
Puerta de Brandemburgo hoy