1/4/09

DE CÓMO LOS ALEMANES ME SALVARON LA VIDA. LITERALMENTE.

PARTE I. Un pollito más.


Con Humberto en el puerto de La Habana, el dia de la partida, ambas madres a cada lado. Septiembre 16 de 1965.

Salí de Cuba en un crucero ruso, el Gruzia, que a su regreso a Varna, Bulgaria, llevó consigo a toda la primera camada de becarios cubanos en el extranjero que habían pasado su primer verano de vacaciones en Cuba. Iba aquel barco cargado de jóvenes que ya conocían a los Beattles y a Little Richard, pero que habían aprendido a ser cautelosos tras la primera recogida de dizque “lacras sociales” en Cuba, una operación por la que se arrestó a aquellos o aquellas que mostraban algo “raro”, como llevar sandalias europeas, o pantalones muy apretados (“pitusas”) o escuchar música de los Beattles, o sencillamente hablar de forma que no se entendiera totalmente y que sonara exquisita.


Eran, además, los estudiantes particularmente cautelosos porque en el mismo crucero viajaba hacia Bulgaria el estado Mayor de Cuba que, temiendo al “diversionismo ideológico” de los estudiantes, había dotado a cada uno de ellos y ellas con un disco de Pello, el Afrokán y su fugasísimo ritmo “mozambique”.


Vía Varna , en un tren con asientos de madera y sin posibilidades de dormir, con sólo una barra de pan, una salchicha, queso y una botella de agua, arribamos a Checoeslovaquia y a la civilización tras dos días de viaje, y al cabo de uno más, a Berlin Oriental. De ahí a Potsdam y a Babelsberg donde el hombre con quien había dejado Cuba asistía a la escuela de cine.





En el crucero Druzia, en que tambien viajaba el Estado Mayor. Humberto y yo abajo, a la derecha. Pedro Miret, a mi izquierda. Raul Castro, arriba.

Humberto López Guerra, hombre mediocrísimo, agente de Seguridad del Estado (llegué a saber más tarde) y vende-madre , irradiaba en aquel entonces el encanto de los irresponsables. Era, eso sí, muy gracioso y ocurrente, y como yo era muy joven, quería estudiar cine y me parecía que no tenía nada que perder, me embarqué alegremente con él hacia Alemania. Había decidido la partida tan sólo un mes antes y cómo pude abandonar el país en medio de un ambiente cada vez más opresivo en sólo un mes para convertirme en la única ciudadana de un país socialista residiendo en otro país socialista de forma totalmente privada, es asunto aparte que merecería quizás varios relatos futuros. Cabe solamente mencionar que fue el resultado de un gran amor y de una gran traición.


Mi estancia de 15 meses en Alemania fue un desastre de principio a fin, pero recuerdo esos tiempos como los más intensos y quizás también más luminosos de mi vida porque nunca tanta gente fue tan generosa conmigo como entonces.

Debo empezar por declararles que le debo la vida, literalmente, a los alemanes.

Resulta que el clima no me sentaba nada bien.

A los cuatro días de mi llegada al país ya estaba yo en la sala de ginecología de un hospital, desangrándome. Dada de alta por mi insistencia al cabo de cinco días, tuve que regresar a las dos semanas, anémica y desangrándome de nuevo porque la falta total de atención no me había hecho posible la reclusión en cama ordenada por el médico. Cuatro litros de transfusión de sangre hubo que ponerme mientras el tal Humberto me sepultaba con libros para leer, pero ni siquiera un par de calcetines.


De Cuba había traído yo dos trajecitos de paño confeccionados por mi madre con la única tela que había podido conseguir; ni calcetines calientes, ni botas y ni siquiera una pijama de franela. Mientras los médicos, tras muchas pruebas, consultas, etc., determinaron que, sencillamente, yo no toleraba el frío húmedo.


Tenía yo de vecina de cama en el pabellón de mujeres del hospital una alemana mayor que parecía sacada de una de aquellas películas tempranas del socialismo nacional (nazi ) que promocionaban el papel de la mujer en la vida nacional alemana como principalmente de “Kinder, Kirche, Kuche” (hijos, iglesia y cocina). Entrada en carnes, rubicunda, no era difícil imaginársela abriendo los brazos como grandes alas para acoger bajo sus sobacos a sus pollitos que acudían presurosos al llamado del aromático pastel de manzana acabado de hornear.


Aunque yo no hablaba alemán, y ella tampoco el español, solíamos sostener conversaciones bien animadas y a veces hasta sorprendentes. Ella debió enterarse de mi condición, pero no me comentó nada; cuando llegó el día de su partida me dio un abrazo y me deseó lo mejor, pero no agregó nada más.


A los dos días apareció muy sonriente con dos maletas pesadas, las colocó sobre mi cama y las abrió satisfecha: estaban llenas de ropa usada, un abrigo, sweaters, calcetines de lana y hasta botas que había recogido entre sus amigas y conocidas para que yo tuviera con qué abrigarme cuando saliese.


No me acuerdo de su nombre pero hoy la recuerdo porque fue la primera persona que me salvó la vida en Alemania. Tanto más importante fue porque al salir yo del hospital me encontré con que el tal Humberto ya me había buscado sustituta, una alemana hija de un importante e influyente miembro del Partido Comunista Alemán.


Me quedé en la calle, sin un centavo, sin trabajo y sin tan siquiera hablar alemán. Mi coartada para permanecer en Alemania había reventado y un agente de la Seguridad del Estado cubano me conminaba a desaparecer, cortesía de Humbertico, que entonces se me reveló como perteneciendo a ese cuerpo de inteligencia.


Era la Navidad del año 1965 y en medio del frío que me calaba los huesos –en Alemania del Este el frío era una constante penosa porque se paliaba apenas con carbón- y de la mucha nieve que caía en silencio, tomé mi primera gran decisión: no me iba a regresar a Cuba vencida.

Entonces me acordé de Klaus.

Continuará...

7 comments:

editor said...

Súper interesante!

Es tan increible como cada cubano hemos vivido una novela. Un autentico script que si se trata de llevar al cine, los productores lo rechazarían como algo exagerado y 'over the top'. Y lo peor es que cada día lo creen menos y nos cuesta más trabajo contarlo

Anonymous said...

Vivian definitivamente eres un libro andante tu vida es muy interesante y admirable y creeme que me cuesta admirar a las personas y entre las pocas que admiro estas tu.
Tibisay de Panamá

Anonymous said...

Una historia extraordinaria que disfruto como una novela.

Anonymous said...

Fascinante. Lo he disfrutado como una novela de suspenso. Espero el proximo capitulo. M.E.B.

Anonymous said...

esperamos con ansias el proximo capitulo

David said...

Vivian,
es un placer leerte. No puedo creer además las fotos, son como un sueño para mí. En sí, tu vida es una novela, anhelo leer recuerdos de México.

La Gude said...

Gracias, amigos. Con estas historias estoy complaciendo a los muchos de ellos que siempre me dicen que debo escribir un libro con mis experiencias.
Mari, la historia se pone aún mejor y, como tú dices, se pone menos creíble... En efecto, el día en que alguien se interese por contar algunas de nuestras historias, la crítica va a escribir que "se está exagerando".