7/22/09

RUTA A LO FANTÁSTICO Y LA LOCURA. I


Mi objetivo final era hacer algo por Chiapas, ese estado tan olvidado de la mano de Dios, tan a la zaga, que se sumó a la revolución mexicana cuando ya se había acabado en el resto del país, como dijera el poeta chiapaneco Eraclio Zepeda. ¿Por qué Chiapas? Porque lo conozco bastante bien y porque Chiapas, hace muchos años, fue mi introducción a México en la boca de Zepeda y la del pintor Carlos Jurado, de la legendaria San Cristóbal de las Casas.

También Chiapas porque, en su mezcla particular de alma centroamericana –en un tiempo fue parte de Guatemala- y lejanía de la capital, genera políticos que aspiran al poder sólo para participar en “la grilla”, ese quehacer político, mezcla de intrigas, zancadillas, negocios sucios y a veces hasta asesinatos, que les garantiza sentirse parte del “quehacer nacional”, y que hacen bien poco por su estado.
De ahí que no me sorprendió cuando, habiéndome brindado para escribir un artículo de promoción turística de Chiapas en una de las revistas de periodismo ligero más leídas del continente, recibí el mensaje oficial que la invitación estaría en pie para cuando llegase al estado. Había que encontrar la forma de llegar allá y me la busqué.
Al viaje estábamos invitados sólo 4 o 5 reporteros de publicaciones internacionales, casi todos estadounidenses, uno de ellos básicamente fotógrafo, y todos aventureros por igual. Encandilados ante el programa de casi una semana que comenzaba en Yucatán y terminaba en Yaxchilan, casi en la frontera con Guatemala, sorbíamos gozosos la información que nos proveía el primer día la coordinadora, una muchacha –creo que de nombre Marta- que había sido enviada expresamente de New York por la compañía de relaciones públicas contratada por la Secretaría de Turismo de México, para llevarnos de la mano por la Ruta Maya, un itinerario que abarcaba la parte mexicana del mundo político, religioso y cultural maya que en otro tiempo había sido un eje de ciudades desde Yucatán hasta Honduras.
Cuando nos anunciaron que quien nos iba a guiar en la visita al Museo Regional de Arqueología de Yucatán era su mismísimo director, nos emocionamos, no pensábamos que se podía pedir más.
La palabra “arqueología” evoca muchas fantasías en la imaginación popular e incluso la no tan popular. Una de las más comunes tiene que ver con Indiana Jones; otra, las historias que elaboran los guías de turismo de la ruinas arqueológicas para entretenimiento de turistas. La arqueología tiene que ver con desenterrar, analizar y catalogar; su relación y significado queda para otras disciplinas. Para el que espera saber si en el cenote que tiene delante sacrificaban vírgenes, es poco consuelo –y en realidad bien aburrido- saber que “se han encontrado algunos huesitos de fémina joven con fecha de carbón tal y tal”.

Fecha de carbón tras fecha de carbón subimos pirámides chicas, medianas y grandes; bajamos pasadizos estrechos, húmedos y calientes, a veces con el aliciente de que la canalita que corría paralela a los escalones se construía para que “las ánimas de los muertos pudieran salir de noche” (¡ahí había una historia!). Cuando finalmente el fotógrafo –canadiense- tocó tierra tras bajar los escalones excesivamente estrechos de la última de las pirámides que nuestro director insistía en que visitáramos, se echó en cuatro patas al suelo y besó la tierra: no había creído que lo lograría jamás. Nosotras, todas citadinas, todas trabajadoras de buró, estábamos deshechas. ¡Al otro día nos dolían hasta las pestañas!


Chichen Itza, templo de Kukulkan

Palenque, en Chiapas, es una de las ruinas más completas y magníficas del mundo maya, y en camino a ella a través de Tabasco nos azuzábamos con noticias del periódico sobre una epidemia de malaria por una plaga insoportable de mosquitos, con historias sobre serpientes horribles y mortales y jaguares sigilosos, supongo que con el mismo entusiasmo de un grupo de blancos que emprende un safari por el centro de Africa. A excepción de Marta, nuestra coordinadora, que se mantenía más bien callada.

Palenque es deslumbrante por su cantidad de edificios expuestos y no expuestos, por su dizque “observatorio” pero, sobre todo, por la así llamada tumba del Señor de Palenque (Pacal), excavada por el cubano Alberto Ruz Lhuillier , quien tanto se dedicó a arrancarle la vieja ciudad a la selva, que decidió poner a descansar sus huesos en el sitio, erigiéndose una modesta tumba en el lugar, marcada sólo por una lápida de piedra. La selva sigue guardando al menos la mitad de los secretos, pero la otra mitad ha estado liberada durante tanto tiempo –unos 50 años- que cualquier animal salvaje ha desaparecido, empujado por la bullanguería y el desparpajo de los turistas. Nuestro hotel se encontraba en la periferia de la ruinas. Por su patio trasero pasaba un arroyuelo de aguas muy frías y retozonas y en la margen opuesta los árboles se perdían en La Selva. Me percaté de la obvia cercanía –que a nosotros los periodistas nos tenía sin cuidado- cuando fui a ver a Marta a su habitación y la sorprendí atisbando hacia la selva tras las cortinas de la ventana.

Palenque




Marta era una muchacha de origen cubano-americano que parecía haber sido educada en un medio muy protegido. Había tenido la mala fortuna de caer junto con su esposo en la Guatemala de los peores tiempos de la guerrilla y parecía guardar de aquello un recuerdo de terror visceral. La idea de La Selva, no sólo no le resultaba excitante, sino parecía causarle pavor y su atisbar temeroso hacia la oquedad de los árboles era el vaticinio de las cosas por venir.



La selva lacandona



Continuará.....

2 comments:

Anonymous said...

Celia dice:

Excelente Vivian......No solo lo haces ameno y divertido, sino que es altamente informativo y bien escrito.

Anonymous said...

COMO SIEMPRE MUY AMENO Y EDUCATIVO. NO CREES QUE DEBIERAS PONERLOS TODOS JUNTOS?

TU HERMANA